por Luis Ben Andrés
La formación de gestores culturales tiene unas especificidades propias que derivan de una parte de su historia reciente y, de otro lado, del carácter hasta ahora poco estructurado de la profesión. Un repaso a esa historia y a la evolución de la formación de gestores constituyen el objetivo de este capítulo.
"Entre nosotros, la práctica en el mundo, en la medida en que comenzamos no sólo a saber que vivíamos sino a saber que sabíamos y que por lo tanto podíamos saber más, inició el proceso de generar el saber de la propia práctica"
Paulo Freire
Cartas a quien pretende enseñar
La de gestor cultural es una profesión que como tal podemos remontar a los últimos treinta y cinco años en nuestro país. Con ello no se afirma que con anterioridad a esa fecha no existiesen personas, profesionales, cuyo trabajo consistiese en la organización de eventos culturales o que trabajaran en organizaciones públicas o privadas a las que se pudiera catalogar como del sector cultural. Es evidente que a lo que nos referimos es al hecho de que hasta que España no recupera la normalidad democrática, 1979 es una fecha más o menos adecuada a tal efecto, no se puede empezar a hablar de políticas públicas culturales en consonancia con nuestro entorno europeo, ni se produce lo que se puede llamar un encargo social de incorporar a la cultura a las instituciones públicas y a la vida pública de la nación en todos sus niveles de gobierno y administración, desde los municipios hasta el gobierno de la nación. Desde esta perspectiva hablamos de una profesión "nueva", que se abre paso a trompicones y que en esos inicios está aún muy poco regulada. Existían profesiones culturales con solera y tradición como es el caso de bibliotecarios, archiveros, museólogos por ejemplo en lo público y, en lo privado, productores, managers, directores, etc. Pero es con las primeras corporaciones locales democráticas (1979) y con la creación del Ministerio de Cultura (1978) cuando se dan los primeros pasos para una institucionalización de la cultura en la línea de países de nuestro entorno como Francia, Italia y otros de Europa. Este proceso de institucionalización exige la presencia de profesionales y cuadros que se encarguen de la puesta en marcha de las recién estrenadas políticas culturales de la democracia. Así pues crecen las estructuras administrativas y se empiezan a poner en marcha de forma sistemática programas y proyectos culturales desde lo público. Los profesionales facultados para esta tarea constituyen la primera generación de gestores culturales de nuestro país. Uno de los principales problemas a los que se han de enfrentar estas personas es el de sus carencias formativas en muchos casos para las tareas encomendadas. Hemos de tener en cuenta que en primer lugar no existía una formación reglada y académicamente homologada que de una parte diera el acceso a la profesión y, de otro lado, dotara a los profesionales de las herramientas y conocimientos imprescindibles para su ejercicio. Esta conciencia de sus propias carencias hace que esta generación se muestre muy activa en la reflexión, búsqueda de opciones y propuesta en lo referido a la formación de gestores culturales. Paralelamente las instituciones públicas favorecen un proceso similar de reflexión y propuesta en torno a la formación, quizás también impulsadas por los gestores que desarrollaban su labor en su seno. Este proceso ha sido recogido, estudiado y expuesto por el profesor Martinell en su día (Marcé y Martinell, 1995) y sintéticamente comprende los siguientes hitos:
Entre los años 1980 a 1986 asistimos por otro lado a una eclosión de escuelas municipales y autonómicas de escuelas de animación sociocultural. Si en un principio se pensó que la figura del animador sociocultural era el perfil que podía acoplarse a las nuevas necesidades, posteriormente se ha visto como se trata de una figura profesional diferenciada del gestor cultural. Mientras que el animador trabaja en ámbitos comunitarios y grupales, con herramientas muy participativas y desde un enfoque dirigido a los cambios de hábitos, el gestor incide más en la gestión territorial y desde equipamientos especializados (teatros, museos, etc.). Lo cual no implica que ambos perfiles compartan en ocasiones instrumentos, fines, estrategias o intereses. Con el paso del tiempo muchas de estas escuelas o han desaparecido o se ha reciclado a otros perfiles. Tal es el caso de la desaparecida EPASA (Escuela Pública de Animación Sociocultural de Andalucía) que en su momento no sólo se dedicó a la formación de animadores sino que realizó incursiones bastante serias en la formación de gestores en colaboración con la diputación de Cádiz en la formación de gestores de pequeñas poblaciones o con la Universidad de Cádiz en una formación de postgrado. La aparición del TASOC, un ciclo superior de formación profesional en Animación Sociocultural del sistema educativo reglado, probablemente influyó en la desaparición o reorientación de estas escuelas. Igualmente el hecho de que las políticas de las instituciones públicas derivaran más hacia un modelo de gestión que a uno sociocomunitario contribuyó en la reconversión de las mismas.
Otro hito importante es el momento en que se plantea la necesidad de incorporar a la universidad a los procesos de formación de gestores culturales. Se trató con toda probabilidad de una alianza de intereses mutuos. De un lado los profesionales precisaban de un aval universitario que validara y diera prestigio social a la gestión cultural. Dado que muchos de los gestores poseían algún tipo de titulación y sumado al hecho de que la vía más fácil era la de estudios de tercer grado frente a la complejidad de poner en marcha una licenciatura o diplomatura universitaria, se optó por los másteres y postgrados. El pionero fue el de la Universidad de Barcelona en el año 1989 y que nace de la alianza de esta universidad con la diputación de Barcelona. Esta última institución contaba tanto con una preocupación activa como con proyectos específicos dirigidos a la formación de gestores, de hecho su influencia iba más allá de los límites de la provincia catalana acogiendo a profesionales del resto de España. Desde entonces esta vía de los estudios de postgrado ha sido seguida en numerosas universidades de nuestro país como Valencia, la Complutense de Madrid, Zaragoza y en el caso andaluz por el master de gestión cultural de las universidades de Sevilla y Granada. Normalmente las universidades contaban con el apoyo y la complicidad de instituciones públicas que estaban interesadas en apoyar estos procesos formativos superiores. Tal fue por ejemplo el caso de la Consejería de Cultura con las universidades andaluzas citadas.
Sin embargo la formación desde los másteres y postgrados no resolvía de manera total el problema de la desestructuración social de la profesión de gestor cultural. Las primeras ediciones de estos másteres estaban copadas por profesionales veteranos en busca de una validación social vía universidad. Pero se quedaban fuera aquellos profesionales sin titulación de acceso a postgrado o aquellos cuyas instituciones no daban facilidades ni ayudas para seguir una formación de este tipo. Poco a poco se fue abriendo camino la idea de que era necesaria una formación de grado en el campo de la gestión cultural. No obstante la idea no es compartida por la totalidad de la profesión ya que algunos ven en los estudios de grado específicos un corsé para el acceso y el ejercicio de la profesión de gestor. En tal sentido se expresaba en su día el profesor Martinell de la Cátedra UNESCO de la Universidad de Gerona (Martinell 2001) cuando afirmaba que desde la experiencia que disponemos, consideramos que no sería conveniente la estructuración de unos estudios de grado universitario en este sector y mantenemos, de acuerdo con la concepción pluridisciplinar del sector cultural, la existencia de estudios de tercer ciclo. Sin embargo las asociaciones profesionales han presionado fuertemente en este sentido y de hecho en la actualidad están en marcha dos propuestas en dos universidades. De un lado la universidad de Navarra ofrece un itinerario en Gestión Cultural y Patrimonio dentro del grado de humanidades. Por otro lado la universidad de Huelva ofrece un grado de Gestión Cultural cuya implantación se debe en cierta medida a la presión y esfuerzo de la Asociación Profesional de Gestores Culturales de Andalucía (GECA).
Durante estos años también hemos podido asistir a la realización por parte de los poderes locales y autonómicos de numerosos seminarios, cursos y jornadas dirigidos a los profesionales de la gestión cultural. En el caso andaluz cabría destacar el esfuerzo que en su momento realizaron algunas diputaciones provinciales (Cádiz, Córdoba, Almería y Granada esencialmente) cara a la formación de los técnicos gestores de las pequeñas poblaciones de sus respectivos territorios. A modo de ejemplo, la diputación de Cádiz desarrollo durante los años 1991 a 1995 un programa de formación y reciclaje en que participaron más de treinta técnicos de municipios menores de 20.000 habitantes y que se basaba en un proceso de tipo participativo de construcción de programas a partir del análisis de las necesidades y demandas de los propios técnicos.
Coincidiendo con los momentos expansivos de las administraciones culturales y de sus presupuestos se desarrollaron por todo el país numerosas propuestas e iniciativas de formación para gestores culturales. La llegada de la crisis ha supuesto un retroceso importante en lo que se refiere a la oferta formativa para gestores culturales en general y en el conjunto del país. De hecho podemos constatar cómo han desparecido incluso algunos de los másteres que existían, siendo el caso andaluz tristemente paradigmático, o sobreviviendo a duras penas. La oferta de formación que se realizaba desde instituciones locales (ayuntamientos y diputaciones) se ha visto también fuertemente reducida cuando no ha desaparecido simplemente. En algunos casos se ha redimensionado a objetivos y ofertas más modestas y ajustadas a sus territorios. En este contexto de crisis se han abierto camino, no sin cierta dificultad, algunas iniciativas privadas de formación que tratan de adaptarse a la demanda y sobre todo a los nuevos formatos digitales tanto de soportes como de productos y servicios culturales. Es el momento de la formación on line y enfocada a la gestión de microempresas culturales.
Sin embargo también es la ocasión de plantearse de una forma definitiva el modelo que debe seguir la formación de gestores culturales adaptados a los tiempos, con independencia de su adscripción a lo privado o a lo público y de su origen disciplinar. Porque el gestor es el agente que debe tratar de encontrar la vías de adecuación del sector de la cultura a las realidades cambiantes del contexto. Se entiende en esta línea que las organizaciones y proyectos culturales contemporáneos se inscriben en el marco de lo que algunos autores han denominado organizaciones de complejidad. Entendida como estructuras que han de gestionar a partir de procesos complejos de toma de decisiones sobre el terreno y con la dificultades de no disponer de elementos estándares, normativos o legislativos que resuelvan todas las variadas situaciones de su sector (MARTINELL, 2001). Las respuestas formativas ante esta complejidad que envuelve a la gestión cultural y su acción profesional no pueden ser ofertas encorsetadas y estáticas. El modelo formativo de los gestores actuales, en el contexto del mundo líquido, se deben basar más en el desarrollo de las capacidades, de unas capacidades que les permitan elaborar respuestas ágiles a las necesidades culturales de los territorios y sus habitantes. La formación debe ser ante todo innovación y creatividad permanente o no será. En esta línea de nuevo Martinell (2001) señala las calidades que deben orientar a los procesos de formación para la gestión cultural:
La formación de los gestores está en un momento clave de reformulación y de reflexión. De una parte se reduce la oferta universitaria de tercer grado, másteres, aunque se mantiene aún una diversidad alta tanto de centros como de especializaciones. También dentro del ámbito universitario habrá que estar atentos a la consolidación y posible expansión de los estudios de grado y su adecuación a la realidad de la praxis profesional. Sin embargo el aspecto que resulta más preocupante en la actualidad es la ausencia de una oferta formativa dinámica, no encorsetada y orientada hacia las nuevas capacidades, lo que pretendía ser en su momento la ofertada por muchas instituciones bajo formatos breves y concentrados o bien ofertas específicas para la realidad territorial concreta a la que servían. Esta oferta casi es inexistente o se mantiene con ambiciones muy limitadas. En este tercer aspecto la formación de gestores continúa siendo una tarea aún pendiente.
MARCÉ VILA, Xavier; MARTINELL SEMPERE, Alfons. Perfil y formación de Gestores Culturales. [Madrid]: Dirección General de Cooperación Cultural, [1995]. 302 p. ISBN 84-8181-093-2.
MARTINELL SEMPERE, Alfons. "La gestión cultural: singularidad profesional y perspectivas de futuro: (recopilación de textos)" [en línea]. En: Seminario Internacional: La formación en gestión y políticas culturales para la diversidad cultural y el desarrollo (Girona, 2004). Girona: Documenta Universitaria, 2007. ISBN 978-84-935231-0-7. Disponible en: www.gestionculturana.org