En las sociedades globalizadas la cooperación cultural adquiere una mayor importancia que las simples relaciones culturales ya que responden a la misma necesidad humana para cooperar en cultura como elemento fundamental de satisfacer las necesidades culturales y la estructuración del sistema cultural contemporáneo.
El concepto de cooperación tiene muchos significados e interpretaciones que se incorpora como actividad humana desde tiempos inmemorables como un eslabón de la evolución a las primeras organizaciones sociales hasta la estructura de las sociedades contemporáneas. Podemos afirmar que la cooperación está en el seno de la condición humana y de la socialización. Las personas para asegurar sus necesidades e integridad requieren de procesos de cooperación muy variados de acuerdos con el nivel de desarrollo y las características de la actividad. Toda comunidad se constituye bajo el principio de cooperación que adquiere diferentes aspectos de acuerdo con el campo o sector en el que se aplique.
La cooperación nos permite la supervivencia y el desarrollo de todas las potencialidades humanas que individualmente no se pueden conseguir. Las primeras estructuras sociales, como la familia o clanes, son estructuras de cooperación que se van ampliando a otros niveles grupales y organizacionales de cada contexto y de cada tiempo.
Dentro de un excelente trabajo de reflexión sobre la sociedad contemporánea el sociólogo R. Sennett analiza los procesos humanos de socialización y de los procesos de la actividad humana en su trilogía iniciada con "El artesano" nos presenta un excelente panorama para entender la configuración de la acción y actividad cultural.
Un primer nivel de reflexión es la idea que en toda persona la cooperación forma parte de su relación con su cultura.
Si hablamos de cooperación en la cultura, aunque parece obvia, hemos de considerar sus propias particularidades y sus relaciones con otras actividades humanas ya que está en el núcleo de la función social del individuo. El ejercicio de la gestión cultural forma parte de la cooperación como actividad humana.
Todo acto cultural recibido, en la familia o comunidad, de la tradición o de la historia es el resultado de un proceso de cooperación con más o menos éxito que se trasmite entre generaciones. De la misma forma todo hecho cultural requiere de un proceso de cooperación entre personas y grupos. La creatividad, si bien se perciba como un proceso individual, tiene una fase de cooperación preliminar y posterior que incide en sus resultados. Los procesos de educación y adquisición de capacidades para la expresión y la creatividad son acciones anteriores al hecho cultural, ya que podemos considerar la educación como un proceso de cooperación muy amplio. Por otro lado la obra cultural requiere de cooperación para su proceso de exhibición, venta, divulgación, mantenimiento, etc.
La cultura invita a la cooperación en múltiples dimensiones, algunas se dan espontáneamente y otras son producto de la intencionalidad, con el fin de mejorar las posibilidades individuales y compartir con el otro los valores o los procesos expresivos.
En primer lugar toda persona para satisfacer sus necesidades culturales requiere de procesos de cooperación de diferente índole de acuerdo con sus formas de vida. Del mismo modo cada comunidad estructura su vida cultural a partir de un amplio sistema de interacciones de cooperación para poder organizarse y construir una vida cultural en común.
La comunicación entre las personas es imprescindible para compartir valores, formas de vida y representaciones simbólicas que favorecen el sentimiento de pertenencia y la identidad colectiva.
En los procesos de expresión, por medio de los diversos lenguajes artísticos, la cooperación es imprescindible para conseguir el propio fin que es la comunicación.
Para que la cooperación alcance niveles de satisfacción de necesidades y expectativas requiere una gestión cultural que incorpore este factor dentro de sus actividades. Gestionar la cultura es gestionar cooperaciones de diferentes clases.
La Declaración Universal de los Derechos Humanos y el Pacto Internacional sobre los derechos económicos sociales y culturales definen como derecho fundamental "la participación en la vida cultural" que se ha de proteger y garantizar en toda su extensión: artículo 27 y artículo 15.
Este derecho se convierte en un principio que la gestión cultural ha de integrar como una primera finalidad social en su función. La participación individual o colectiva en la vida cultural requiere de un conjunto de interacciones y procesos organizativos que incorporen los recursos disponibles y las formas de vida propias donde intervienen diferentes sujetos sociales.
Entendemos la vida cultural como el primer nivel de funcionamiento social de una comunidad, ciudad, sociedad o estado donde el individuo comparte y coopera con sus semejantes un gran variedad de experiencias expresivas, fenómenos creativos, conllevando la memoria colectiva o formas de vida. La vida cultural se configura como el resultado de unas interacciones entre individuos o grupos sociales para satisfacer sus propias necesidades culturales por medio de procesos de cooperación.
La vida cultural representa la expresión de un grupo social, comunidad o sociedad que transcurre entre la tradición y la memoria colectiva con la actualidad y contemporaneidad de un momento determinado en un contexto dado. Y se manifiesta en diferentes formas, acciones, lenguajes, organizaciones, empresas, industrias, sistemas etc. y se caracteriza por su propia diversidad y complejidad interna.
La vida cultural discurre entre personas, comunidades e interacciones sociales en los procesos de convivencia como un proceso humano con tendencia a satisfacer las necesidades culturales, el sentimiento de pertenencia y la voluntad de compartir con los otros el patrimonio en común.
Estos procesos se realizan por medio de un conjunto de acciones y actividades con unos fines y objetivos que requieren una gestión específica individual o comunitaria con la intención de satisfacer de sus expectativas culturales. Esta gestión puede ser en el ámbito privado o en la vida pública y a nivel individual o grupal para toda la población de acuerdo con diferentes estadios y situaciones.
Para el pleno desenvolvimiento de la vida cultural es importante que las personas y grupos sociales asuman su función de sujetos para intervenir y gestionar estos procesos. Del amplio nivel de interacciones y cooperaciones entre las personas y grupos se puede apreciar la sociabilidad de la vida cultural y el nivel de participación democrática en estos asuntos de un contexto.
La vida cultural donde confluyen las personas, grupos, organizaciones e instituciones no se puede desarrollar como derecho sin un alto nivel de cooperación en diferentes dimensiones, niveles y campos.
La organización de la vida cultural, como respuesta a las necesidades de las personas y comunidades, requiere establecer sistemas de cooperación a partir de la organización de espacios e instrumentos intermediarios y el establecimiento de códigos de convivencia y sistemas de regulación de conflictos que permitan altos niveles de cooperación.
La cooperación nos permite desarrollar los derechos humanos y culturales.
Actualmente no se puede entender el amplio concepto de cultura, o de gestión de la cultura, sin aceptar que nuestras sociedades complejas han ido configurando un sistema cultural como subsistema social que interactúa con otros en el complejo funcionamiento de las sociedades contemporáneas.
Aceptar este hecho altera los discursos tradicionales de entender la cultura solo como las políticas culturales o el sector cultural desde una perspectiva socio-económica. El sistema cultural es mucho más amplio de las tradicionales competencias de cultura gubernamentales y se inscribe en un conjunto de prácticas, instrumentos, elementos que inciden directamente en la vida cultural de la ciudadanía.
Fig. 1
Actualmente aceptamos que la cultura configura un sistema muy amplio con diferentes subelementos e instancias que interactúan entre ellas generando un amplio flujo de relaciones. Como nos aporta la teoría de sistemas cuando más interacción y cooperación entre los diferentes elementos del sistema cultural aumenta su coherencia, ampliación y extensión asegurando su existencia (o subsistencia) en un conjunto más amplio.
El sistema cultural requiere que sus diferentes actores o agentes cooperen ampliamente como factor de supervivencia y pleno desarrollo.
En el transcurso de una actividad expresivo creativa siempre se encuentran altos niveles de cooperación que la hacen posible y permiten alcanzar sus fines. A pesar que muchas veces se considera la creación como una acción individual y aislada la realidad nos evidencia el gran número de interacciones, colaboraciones para que sea posible. Que si inician en un nivel previo, como pueden ser los procesos de aprendizaje necesario como en su ejecución y posible difusión.
La creación contemporánea en general pero en más importancia la que requiere proceso de producción complejos (música, cine, teatro, etc.) se basa en la cooperación permanente entre roles diferentes. Una coproducción, como la entendemos hoy en día, es la expresión de la unión entre gestión y cooperación más evidente. Por otro lado la puesta en escena de diferentes creaciones (teatro, conciertos, danza, edición, etc.) se fundamenta en la cooperación entre diferentes para conseguir un resultado final. La figura, por ejemplo, de un concierto es el resultado de un trabajo individual pero también de unos esfuerzos de cooperación muy amplios a través de los ensayos. Por esta razón la cooperación forma parte del núcleo fundamental de los procesos culturales. La gestión cultural se encuentra entre estos procesos adquiriendo diferentes funciones de acuerdo con las características de cada acción. La idea de proyecto cultural se inscribe en la coordinación de los diferentes participantes que van a provocar una gran red de cooperaciones para llevar a cabo un objetivo final definido.
La gobernanza de la cultura se organiza desde las instancias comunitarias hasta las estructuras de estado de acuerdo con los procesos de configuración política de cada país y su historia. No podemos olvidar que en todo proceso político la dimensión cultural es muy importante como elemento para conformar una forma de vivir juntos.
El sistema político moderno y democrático se organiza en base a la definición de niveles de responsabilidad que interactúan y cooperan para conseguir los fines y valores de una sociedad. Podemos entender que un sistema político es más democrático en la medida que establece una organización formal de las relaciones de cooperación entre las diferentes unidades que la componen. Los niveles de representación política: local, regional y nacional asumen sus funciones en el sistema cultural de acuerdo con las bases constitucionales y la legislación del modelo de estado.
En este marco de cooperaciones el estado ha de mantener relaciones con el sector privado, la sociedad civil y otros actores sociales.
La cooperación cultural territorial es el resultado de un conjunto de prácticas y funcionamientos motivados por tres factores:
A pesar de su evidencia este tipo de cooperación tiene una gran trascendencia para la democratización de la cultura con una repercusión directa en la ciudadanía y ha representado un factor de desarrollo muy importante en la democratización de la España de la post dictadura.
Generalmente se considera como las diferentes intervenciones, programas y actuaciones que en el marco de la política exterior y las funciones de sus representaciones diplomáticas realizan para fomentar la presencia de la cultura de un país fuera de sus fronteras. Es una responsabilidad en la que participan los ministerios de asuntos exteriores (cancillerías) y ministerios de cultura de forma coordinada, o a veces sin ella, lo que lleva a una problemática permanente en muchos países como lo demuestran los debates y cambios entre sus estructuras. De la misma forma existe un debate sobre la función de las ciudades y las regiones en sus anhelos de llevar a la práctica una política cultural exterior.
La acción cultural en el exterior, se entiende como la proyección de la cultura (o culturas) de un país en su pluralidad en los espacios internacionales. La acción cultural se realiza por medio de las agregadurías culturales, centros culturales y otros organismos en el exterior. Se organizan por medio de un conjunto de actividades y actuaciones que permitan presentar una visión de la cultura de un país en un mundo globalizado.
La acción cultural de las embajadas facilita la gestión cultural de los responsables culturales a través de ofertas de producciones culturales que circulen por diferentes países. Creando una red de intercambios culturales bilaterales. Intenta una coordinación permanente con los diferentes ministerios e instancias gubernamentales que incidan en la presencia exterior.
Canaliza las expresividades, en sus diferentes formas y lenguajes, de las instituciones y organizaciones culturales del país para conseguir una mayor internacionalización de las acciones culturales. Par este fin es importante que las estructuras gubernamentales tengan en cuenta la realidad de sector cultural, los agentes culturales del territorio y todo lo que sea significativo de la vida cultural interna. Existe el peligro que la acción cultural exterior se entiendo solamente como una acción de la cúpula del estado o de ciertos grupos culturales determinados.
La acción cultural fue un instrumento al servicio de las diplomacias oficiales de relación y aproximación de los Estados en sus contactos y convenios que acompañaban las relaciones diplomáticas. Pero hoy en día esta visión se ha visto incrementada por nuevas perspectivas y posibilidades, por el valor y aporte de la cultura a una mayor comprensión del "otro" y una dimensión imprescindible a incorporar en las relaciones internacionales. La cooperación internacional facilita el conocimiento entre diferentes culturas y crea condiciones para una convivencia pacífica y un mayor intercambio entre las ciudadanías y las sociedades civiles. La cooperación cultural va más allá de la acción cultural exterior con el objetivo de actuar en común para fomentar el conocimiento y respeto de la otredad, a partir de relaciones de confianza que faciliten la convivencia pacífica en el espacio cultural internacional.
Pero estas prácticas cuestionan la exclusividad del papel del Estado, en la cooperación cultural, ampliando su acción con la emergencia de nuevas organizaciones civiles y privadas que actúan en el campo de las relaciones internacionales al margen o paralelamente a las articulaciones oficiales. Fomentando nexos bilaterales más ligeros, constituyendo redes artísticas y culturales que actúan, en algunos casos y situaciones, de forma más espontánea, rápida y eficaz. La cooperación cultural permite una mayor participación de la ciudadanía convirtiéndose en un valor muy importante en los procesos de integración, como se ha podido observar en la toma en consideración de su función en diferentes encuentros internacionales. Este proceso se inscribe en las nuevas posibilidades de comunicación y desplazamiento, como en la pérdida de exclusividad de los Estados en las relaciones internacionales y en la emergencia de una nueva dimensión de la cooperación cultural internacional que ha de adaptarse a estos cambios y posibilidades.
Fomento de la cooperación cultural como vehículo de intercambio y reconocimiento mutuo entre los países y sus culturas. Acciones compartidas por medio de flujos culturales bidireccionales que permitan una mayor comprensión del otro y de las relaciones culturales entre sociedades civiles. Entendemos la cooperación cultural como una relación equitativa e igualitaria en sus formas expresivas para un fin, que es el enriquecimiento cultural de nuestras sociedades. La cooperación cultural se ha de convertir en una herramienta de aproximación y respeto que complemente otras formas de relaciones internacionales y persiga el reconocimiento del otro y el desarrollo compartido para garantizar la diversidad cultural como patrimonio de la humanidad tal y como ha propuesto la UNESCO.
Fig. 2
Más allá de las diferentes definiciones y concepciones de desarrollo en el contexto contemporáneo que podemos encontrar en diferentes documentos y publicaciones es importante realizar una aproximación a las características de la relación entre cultura y desarrollo. Los cuestionamientos a la aportación de la cultura al desarrollo y a los Objetivos del Milenio se han planteado de muchas formas que podemos analizar a partir de lo que hemos denominado las plusvalías de la cultura al desarrollo o los impactos específicos y diferenciales de este ámbito a la integralidad del desarrollo.
La cultura tiene un valor simbólico muy elevado como expresión de unas identidades y una forma de vida. "La cultura puede considerarse como el conjunto de rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan una sociedad o grupo social. Ella engloba además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias".
Por lo cual es la forma que una sociedad se expresa y sitúa su vida cultural en una sociedad globalizada, buscando el respeto a sus particularidades y a la diversidad a partir de los principios que podemos encontrar en diferentes declaraciones de la comunidad internacional.
Las políticas que reconocen las identidades culturales y favorecen la diversidad no origina fragmentación, conflictos, prácticas autoritarias ni reducen el ritmo del desarrollo. Tales políticas son viables y necesarias, puesto que lo que suele provocar tensiones es la eliminación de los grupos que se identifican culturalmente. La recuperación y mantenimiento de las identidades culturales, y el contacto e intercambio con otras, a partir del respeto a la libertad cultural se configuran como precondiciones a los procesos de desarrollo. A nadie se le escapa la dificultad de identificar y objetivar estas precondiciones pero es evidente que existen como esencia para el fomento de dinámicas sociales positivas que incidan en el desarrollo.
Las culturas y los efectos de la vida cultural, inciden de forma muy evidente en lo que se ha denominado "valores intangibles", con gran impacto en todas las dimensiones de la vida política y social. Las culturas aportan "plusvalías" en la configuración de ciudadanía, a través de la vida cultural, por ejemplo: manifestaciones populares en las fiestas y tradiciones, la vivencia de recuperación del espacio público, la convivencia con la comunidad de muchos de sus servicios, etc., son actividades sociales y vivencias que facilitan la cohesión social y la dignidad ciudadana e inciden en la gobernabilidad como factor de desarrollo y la búsqueda del bienestar común. La reducción de la exclusión cultural de grupos sociales y la defensa del concepto de "libertad cultural", del informe PNUD 2004, como elemento de defensa de la identidad aportan la base para unas políticas más integradoras que inciden en las condiciones básicas para conseguir los Objetivos del Milenio.
La educación y la cultura aportan elementos básicos para la generación de competencias individuales y colectivas e inciden en otros sectores con aportes en el desarrollo fruto de sus sistemas de cooperación. La función de la creatividad, el estímulo a la expresividad, la búsqueda de la calidad y la excelencia de la cultura inciden en los procesos de innovación que permiten un mayor aprovechamiento de las potencialidades de una realidad social para la apropiación de sus propios procesos de desarrollo o la resolución de sus problemáticas. Muchos programas de cultura encuentran grandes dificultades de cálculo y medición de estos impactos, que tienen una gran importancia en los resultados de otros ámbitos y que no podemos olvidar ni desvalorizar ante la seducción de otras variables que se nos presentan de forma más empírica.
Los estudios e investigaciones sobre la economía de la cultura y el estudio del sector cultural, como un "cluster", han presentado resultados muy explícitos sobre el rol de la cultura como sector económico y social. En esta línea de trabajo se expresan investigaciones que han analizado y valorado la participación de la cultura en el PIB de cada país, o las cuentas satélite, de acuerdo con diferentes indicadores y en consonancia con las fuentes de información disponibles aún muy limitadas.
El sector cultural tiene un peso específico en el campo de las políticas al desarrollo, sin desvalorizar lo intangible y las consideraciones de la cultura como transversalidad en el desarrollo, la consideración que la vida cultural de una comunidad a partir de la creación, producción y difusión de bienes culturales tiene una gran repercusión, por su valor simbólico, pero también como un factor de crecimiento económico. Las empresas e industrias culturales pueden representar un dinamismo muy importante, en algunos países, en lo que algunos denominan la gestión de la propia creatividad. En este sentido los programas de ayuda al sector cinematográfico, editorial, musical y discográfico, artesanía, diseño y moda, etc. nos presentan resultados muy significativos.
Las actividades del sector cultural tienen un fuerte impacto en las economías locales y son capaces de creación de un empleo con unas características muy determinadas. Como refleja Greffe (1999) la valoración del empleo cultural requiere considerar el que se refleja de las propias actividades culturales, pero se ha de añadir el empleo no-cultural en las actividades culturales y el empleo cultural en las actividades no culturales. Lo que expresa sus propias dificultades de cuantificación pero evidencian los impactos que la vida cultural puede aportar a las dinámicas de desarrollo y crecimiento económico en la sociedad contemporánea si se puede aprovechar todo su potencial.
Como resultado de las anteriores reflexiones, se evidencia la generación de impactos indirectos de la vida cultural en otros sectores o actividades que conceden un valor a lo cultural y les permite el desarrollo de sectores colindantes muy claros. Un ejemplo muy claro lo podemos apreciar en el turismo, no solamente en lo que se ha denominado turismo cultural sino en la conversión de diferentes valores patrimoniales de una cultura (museos, yacimientos, restos arqueológicos, arquitectura, folklore, fiestas, etc.) en destinos turísticos que completan la oferta de esta industria. De la misma forma se podría considerar la atracción de visitantes a ciudades con alto componente cultural, etc. Impactos que no serían posibles sin unas políticas culturales públicas de apoyo a la restauración y mantenimiento del Patrimonio Cultural en una visión amplia e integral. Pero también podemos evidenciar los efectos indirectos de la cultura en su aporte a la creación de ambientes de seguridad ciudadana y recuperación y uso del espacio público con la ubicación de equipamientos y programaciones culturales en barrios antiguos degradados o en zonas marginales o abandonadas.
Las dinámicas susceptibles de generar desarrollo transitan a lo largo de estas diferentes aportaciones de la cultura, donde conviven las concepciones más clásicas sobre los valores y formas de vida tradicional tan importantes en algunos contextos, como las nuevas realidades de unas sociedades altamente globalizadas que han de combinar los procesos locales como la gran movilidad de las culturas en la realidad contemporánea. Estas nuevas visiones permiten ir concretando políticas programas y proyectos de cooperación internacional que se pueden alentar a los países socios de la ayuda oficial al desarrollo como un posible camino para encontrar, a partir de sus propias identidades culturales, formas de convivencia y modernización capaces de satisfacer las necesidades culturales de la ciudadanía y aprovechar las posibilidades de mejora de sus oportunidades con impacto en los problemas básicos de subdesarrollo.
Fig. 3
A partir de todos los precedentes a nivel internacional la dimensión cultural al desarrollo siempre ha estado presentes de una forma u otra en las realidades de comunidades o sociedades culturales y se ha ido incorporando fruto de una variada y amplia tipología de acciones y cooperaciones que diferentes actores sociales han ido realizando en el marco de su acción.
Las personas, comunidades, sociedades o países siempre han mantenido un nivel de acción cultural que, por su propia dinámica, contribuían a su desarrollo. Por otro lado otros ámbitos o sectores de las políticas de desarrollo (educación, sanidad, genero, gobernabilidad, etc.) siempre han considerado la cultura como un vector a tener en cuenta con más o menos consideración explícita. En la mayoría de los casos el dinamismo de la acción local es una de las características de la incorporación de la cultura en los enfoques al desarrollo.
Quizás lo más determinante para precisar las intervenciones culturales con énfasis en el desarrollo se encuentra en el análisis de la intencionalidad de una política sea pública, privada o del tercer sector.
Desde las posiciones que consideraban las culturas nativas o tradicionales como un impedimento para el progreso, el crecimiento económico, y por tanto al desarrollo, que imperaron hace unas décadas pero aún persisten en algunas actitudes ocultas.
O las posiciones pasivas que enarbolando la importancia de la cultura desde la retórica, posiciones muy nacionalistas o de identidades defensivas pero con una pasividad manifiesta en la no incorporación de la cultura en las prioridades políticas, el respeto a la libertad cultural y una mínima decisión de aportación de recursos económicos.
A posiciones más proactivas, por la vía de la planificación del desarrollo con la incorporación de la cultura en todas sus dimensiones a partir de decisiones políticas explicitas que permiten situar la vida cultural como foco de desarrollo y participación social
Finalmente no podemos olvidar el gran protagonismo de los individuos, grupos, comunidades, organizaciones sociales, ONGs, etc. que configuran lo que se ha denominado sociedad civil y que mantienen un compromiso por la cultura como militancia de sus valores culturales. Muchas culturas deben su permanencia a estos procesos de cooperación más allá de las intervenciones que han podido tener las diferentes instancias del Estado nación o de los organismos internacionales.
Consideramos que estos cuatro niveles coexisten en la realidad con más o menos incidencia en la cooperación internacional en el campo de la cultura y desarrollo. Algunos de ellos coinciden en el espacio &mdtiempo de un contexto determinado y configuran el capital social capaz de asumir el desarrollo desde la vida cultural. Pero lo más importante es destacar los esfuerzos que se han realizado desde dinámicas de cooperación ascendentes o descendentes para conseguir sinergias y acuerdos para políticas de desarrollo desde la cultura a partir del consenso, la complementariedad y el respeto a la libertad cultural.
De acuerdo con estas consideraciones y el marco teórico de referencia es importante presentar algunas formas de organización donde pueden coincidir los planteamientos presentados. Dentro de la gran variedad de posibilidades podríamos concretar en los siguientes elementos organizativos:
Este extenso conjunto de posibilidades va tejiendo las prácticas y estructuras por donde se construyen los referentes actuales de las programaciones y proyectos en la cooperación entre cultura y desarrollo a partir de los enfoques y orientaciones que se han ido construyendo a lo largo de estas últimas décadas.
Sin pretender agotar todas las posibilidades la mayoría de las prácticas actuales de proyectos específicos en cultura se desarrollan en los siguientes ámbitos:
La puesta en marcha y gestión de procesos de cooperación cultural en general requiere de una serie de elementos, actores y capacidades que es necesario analizar. La gestión cultural ha de disponer de mecanismos para una identificación de la realidad de su ámbito de actuación y valorar su situación para la toma de decisiones.
Podemos afirmar que la morfología de la cooperación cultural requiere de algunos componentes de acuerdo con su contexto, que podemos resumir en:
Es importante abrir un amplio debate sobre la necesidad de profundizar en procesos de cooperación más amplia y abierta entre personas, territorios, países y culturas. Quizás es el momento de encontrar nuevas prácticas para un nuevo contexto como nos anuncia Castells 'hemos entrado en un mundo verdaderamente multicultural e interdependiente que sólo puede comprenderse y cambiarse desde una perspectiva plural que articule identidad cultural, interconexión global y política multidimensional'.
La gestión cultural incide en los amplios procesos de cooperación que la cultura ofrece, por lo cual se convierte en un elemento fundamental para la práctica profesional como para situar los principios y valores de la cultura en la sociedad contemporánea.
Todo ello es un campo de reflexión para el gestor cultural muy importante para entender las nuevas competencias que ha de adquirir en su función en el futuro.
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